María Luisa García Cánovas
––Aquí están las birras... pero ¿qué le ha pasado a tu blackberry, tío?
––Escucha el puto mensaje y luego dime si no había para estampar el jodido móvil...¡hostia! ¡Odio los mensajes...!
––¡Pip! Tiene un mensaje guardado. Recibido hoy a las 7’45.
––Hola, soy yo... llamo para decirte donde estoy, y seguro que eso te interesa ¿no? Prefiero hablar con el contestador, supongo que lo entiendes... soy una cobarde. Por eso he esperado a la hora en que invariablemente cada día estás fuera de cobertura. No te preocupes por el precio de mi llamada, no la vas a pagar tú. He tirado mi antiguo móvil y me he dado el lujo de comprar uno con tarjeta prepago, sólo para esta ocasión ¡merecía la pena! Y ahora voy a decirte donde estoy. No quiero que creas que he tenido un accidente y ando amnésica por ahí, o que me han secuestrado y me tienen encerrada en un sótano o en un harén. Nada de eso, estoy muy bien. De hecho, en mi vida me he sentido mejor. ¿Sabes? he descubierto que no soy tan cobarde. Al contrario, soy muy valiente. Cobarde hubiera sido quedarme ahí, sin hacer nada. Por el contrario, huir, esconderme, cambiar de ciudad, de nombre, de aspecto y de vida es un acto que precisa de mucho coraje. Darme cuenta de que puedo hacerlo me llena de fuerza y me hace muy feliz. Y quiero compartir mi felicidad contigo, para hacerla total. Estoy en un lugar donde puedo caminar libremente sin mirar constantemente por encima del hombro. Aquí respiro, lejos de tu aliento rancio que apesta a alcohol. Es un lugar donde el miedo ya no me alcanza, porque tus puños no llegan. Aquí no me vas a encontrar nunca. ¡Y cómo me alegra poder decírtelo! Y de esta forma. Porque sé que odias los mensajes.
––¡Pip! No hay más mensajes.
–– ¡Odio los mensajes!
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