Nuri R. Marinel·lo
Hacía ya largo tiempo que corría la leyenda de que si se te quedaba pegado en la lengua un sello podías acudir a la estafeta y solicitar que te mandaran con el primer envío que saliera en esos momentos. Claro está que, como ocurre con las leyendas, nadie se creía esa explicación, pues es imposible que semejante suceso pueda llegar a acontecer. Sin embargo, ¡oh, Diós mío!, a Carter Stamp –hijo de… en fin ya os lo podéis imaginar–, justo el 24 de marzo, día de San Gabriel Arcángel, patrono de los carteros, va y se le queda uno pegado en la lengua. Sin pensárselo dos veces, anduvo raudo hacia la oficina de correos. «¿Dónde iré a parar?», se preguntaba a medida que se iba acercando.
– ¡Proto! ¡Mádeme co el iguiente evío!
– Perdón, ¿cómo dice? –le respondió la empleada terminando de distribuir unos sobres en los buzones de los apartados de correos.
– ¡Faquéme, proto, que quiedo ved onde oy a padad!
Esta vez la empleada sí prestó más atención a Carter y entonces fue cuando se dio cuenta del por qué éste no acababa de pronunciar bien las palabras.
– ¡Hombre, Sr. Stamp, usted también ha sido elegido! ¡Hacía mucho que nadie quedaba pegado a un sello… o éste a él, según se mire! –añadió ella al mismo tiempo que le guiñaba con complicidad el ojo izquierdo– Pues bien, ¿dónde quiere ir?
– ¿Acazo pueo eleir?
– ¡Por supuesto! Si llega a pegársele en cualquier otra parte del cuerpo entonces yo sería quien mandaría en esa decisión, pero siendo en la lengua eso ya son, como se suele decir, palabras mayores. Y bien, ¿dónde nos vamos?
– ¿amos? ¡El que iene el ello en la oca zoy o!
– Ya lo sé. Pero la cartera soy yo. Y no hay ningún tipo de trámite postal que no sea entregado por mí. ¿Entonces?
– Es erdad. ¿Y hay alún ipo de atáogo ara oder eleir?
– ¡Por supuesto que tenemos algún tipo de catálogo! Me había olvidado de ello. ¡Hace tantos siglos, ya!... Mmmm… Sí aquí, aquí mismo. Déjeme un momento que le sacaré un poco el polvo…. Buuff, buuff, buff, plas, plas, plas… Sí, ahora sí, aquí tiene. Como recién sacado de la imprenta.
– acias!
Mientras Carter Stamp se decidía porqué destino elegir, la señora Postali empezó a llenar de paquetes y sobres la saca con la que acostumbraba a hacer los repartos.
– Y ómo pueo eleí ente antoz eztinoz?
– Lo sé, hay demasiadas opciones, pero si se ha fijado bien, el más interesante y divertido es el que conocemos por «Gratificación total». Se lo recomiendo.
– Y de é ze drada?
– Lamentándolo mucho no puedo decírselo. Lo ordena la única ley por la que se rige el catálogo. Ésta dice: «Ley del Catálogo de envíos de correos excepcionales. Artículo Único: Cualesquiera que cuenten con antelación el destino y resultado final de alguno de los envíos de este catálogo, pasará el resto de la vida arrastrando las sacas llenas de palabras ajenas». Y, como bien puede imaginarse, una tiene una edad y no estoy dispuesta a cargar con semejante peso.
– e auerdo. Ues lléeme a de la “radificació dodal”.
– Perfecto, muy buena elección. Y antes que nada acérquese un momento que tengo que estamparle el tampón correspondiente al franqueo elegido.
STAMP!
De este modo, franqueado en la frente, Carter Stamp acompañó a la señora Postali hasta su destino. Resultó ser una casa enorme de color rojo. Sin embargo, como el buzón no era del mismo tamaño, tuvo que esperar al lado de éste hasta la llegada de la propietaria. «¡Y menuda propietaria! ¡La tía estaba de lo más buena y macizorra!» –Y perdón por hacer uso de esta tópica y típica expresión, pero sólo transcribo fielmente el pensar de Carter, que, como bien podéis apreciar, no es que fuera un chico muy dado a las letras–.
– ¡Y tú! ¿De dónde sales y quién eres?
– ¡oy ate ztam! –le contestó él.
– ¡Ah¡ Se te ha quedado un sello pegado en la lengua y has elegido mi dirección, por lo que veo.
– oz zí!
– A ver, espera que esto lo arreglo yo en un momento –y tras decir eso, la chica le dio tal beso de tornillo a Carter que, al terminar, casi consigue robarle el alma.
– ¡Glups, eso sí que ha sido un beso! ¿Y eso?
– ¿Acaso ahora no hablas mejor?
– Pues sí, tienes razón. Y ahora ¿qué?
– Ahora te quedas conmigo para siempre o hasta que yo te eche. Pues la culpa de todo esto la tiene ese sello. O sea que vente, entra y vive conmigo.
– De acuerdo.
En un pueblo, la cartera, que hace su reparto diario, al llegar a una casa grande, roja, y un poco apartada, oye gritos, como si se estuviera matando a alguien. Muy nerviosa y no sabiendo exactamente qué hacer, decide acudir al alcalde y a la gendarmería para avisarles de lo que está sucediendo. Vuelven con ella y se acercan a una ventana cerrada. Efectivamente, se oyen gritos, pero son gritos de placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario